miércoles, 8 de agosto de 2012

III



-¡Fuera de aquí, ladrones de la mente! -gritó hacia abajo, en dirección a las oquedades de las increíbles Cascadas. Era el Japhy que me había aconsejado subir aquí y que ahora, aunque estaba a más de diez mil kilómetros de distancia, en Japón, respondiendo a la campanilla de la meditación (una campanilla que más tarde mandaría por correo a mi madre, simplemente porque era mi madre y quería hacerle un regalo), aparecía encima del pico de la Desolación junto a los retorcidos árboles de las rocas certificando y justificando todo lo que allí había.

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