sábado, 9 de octubre de 2010

Siempre supe que éramos especiales. No es una cuestión de autoestima elevado, solamente desde el comienzo de todo  esto sentí que había algo especial. Unos pocos años antes de conocernos las unas a las otras, la vida nos cruzó en reiteradas oportunidades, es por eso que tenemos tantas cosas en común guardadas en nuestro pasado. Y luego, el destino dibujó un par de líneas perpendiculares y hoy acá estamos. Juntas. Sintiendo lo mismo que se siente con las personas que nacen en el mismo vientre, compartiendo la misma sangre. Y estoy segurísima de que somos especiales. Los lamentos de que el verano terminaba tenían algo especial, y las quejas de la impuntualidad también. Las historias en alguno que otro bar, y las charlas en plena calle también lo eran. Ingerir miles de calorías juntas es una tradición, y por lo tanto también es especial. Los sueños, los planes en común, las ideas que no puedieron ser, las promesas que intentamos cumplir, todo, todo es especial. Las horas muertas que reviven con las risas y las botas empapadas por correr bajo la lluvia también son especiales. Sin decirlo nunca, juramos estar siempre juntas. Ninguna pudo salvar a ninguna de caer enamorada, o de aquellos momentos en que la tristeza te borra todo el panorama que tenés de lo que significa vivir. Pero tomar decisiones, equivocarse y caerse estando con ellas no es tan terrible. Cuando pensás que después de caerte tu cuerpo va a romper violentamente contra el suelo, magicamente aparece un centenar de almohadas de plumas que amortiguan tu caída. O por lo menos esa es la sensación que experimento al estar con ellas. Eso es especial. Todo lo nuestro es especial, porque ellas son especiales.

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