lunes, 26 de abril de 2010

Camino a la libertad I

Con muy poca frecuencia prestamos verdadera atención a la belleza que nos rodea. Muy pocos aprecian el olor de las tormentas en verano, el frío contacto que hace el viento del invierno, el sonido de los pájaros en primavera y el color del camino en otoño.
Él era uno de esos pocos.
Nació en la segunda mitad del siglo XX en un pequeño pueblo en donde los habitantes no llegaban a 2000. Transcurría su infancia entre pelotas de trapo y travesuras con sus hermanos y amigos.
Él era especial.
Acompañaba a su padre en sus viajes en camión por otros pueblos, y entre tantas mañanas en la carretera el arte no tardó en impregnarse en su piel.
Empezó a escribir canciones que tiempo más tarde estarían acompañadas de una hermosa melodía de la guitarra que pedía prestada en el bar de su pueblo natal. 
Él, él sí que era especial.
Se notaba en el color café de sus ojos, y en el iluminador brillo de su mirada; se notaba en sus pocas palabras y en las radiantes sonrisas que le costaba mostrar; se notaba en la oscuridad de su piel y en la dureza de sus jóvenes manos. Pero sobretodo se notaba en su actitud silenciosa y observadora, y en el hambre de libertad que hacía rugir su corazón.

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