lunes, 4 de julio de 2011

(...) Yo estaba despreocupadamente bebiendo cerveza en la cocina como siempre (y en casa trabajando furiosa­mente en una enorme novela, loco, chiflado, seguro, joven, talentoso como nunca más volví a serlo) cuando ella señaló el perfil de mi sombra en la pared verde claro y dijo: «qué hermoso es tu perfil», lo que me desconcertó y (como la droga) me volvió inseguro de mí mismo, atento, tratando de «empezar a conquistarla», comportándome de una manera que a causa de su casi hipnótica sugestión me condujo a los primeros sondeos preliminares de orgullo versus orgullo y belleza o beatitud o sensibilidad versus la estúpida nerviosidad neurótica del individuo de tipo fálico, constantemente consciente de su falo, su torre, y de las mujeres en su calidad de pozos; lo que es en el fondo la verdad de la cuestión, y el hombre un descentrado, sin punto fijo; y ya no estamos en 1948 sino en 1953, con una nueva generación, y yo con cinco años más encima, o cinco años menos, obligado a hacerlo (o hacerlas) con un estilo nuevo y disimular el nerviosismo... (...)

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