Cuando no decimos lo que queremos decir en el instante en que es preciso decirlo, las palabras caducan. Sí, tienen fecha de vencimiento. Y la peor parte es cuando las palabras se pudren adentro de una cabeza. Tampoco es fácil deshacerse de esa basura, y no todo el mundo quiere deshecharlas. Pero cuando no las decimos a su debido tiempo y las dejamos estancadas en nosotros empiezan a contaminarnos. Ya no sirven.
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