martes, 24 de agosto de 2010

Huele a pasado

Hoy el aire huele a pasado. Inevitablemente mi mente se da cuenta, y empieza a traer recuerdos guardados en un viejo cajón que llamo memoria. Escucho el ruido de pequeños saltos, y de inmediato me veo a mí, con ese vestido blanco de flores y unos escasos 9 años, jugando a la rayuela en el piso del pasillo. Observo el cuadro del hombre que tiene una estrella en el gorro y de inmediado acudo a vos para disipar esa duda que mi cabeza formuló. Me hablaste de un hombre que anhelaba la igualdad de los pueblos, me contaste de la rebeldía y de la libertad. Salimos corriendo al patio, había unas flores que plantar. Te dejo el trabajo sucio, no quiero imaginarme las horribles criaturas que había en la tierra. Una vez plantadas, regamos cada una de las diminutas plantitas, "¡Qué lindas son!", "Sí, ya sé, pero no las toqués más que son frágiles", me ordenaste. Juro que estaba ansiosa por ver ya los gigantes arbustos, sus frutos, sus flores. Unas semanas han pasado y cuando terminamos de lavar los platos fuimos a ver el estado de las plantitas, que ya no eran tan diminutas. Ante mis ojos se reproducía la imagen de un hermoso arbusto, fuerte y frondoso. Algunas espinas se asomaban entre sus ramitas. Me hablaste de la madurez, y comparaste a la delicada plantita convertida en un maduro y amenazador arbusto. Me preguntaste si me acordaba de la vez que pregunté sobre el cuadro del señor con el gorro y la estrella que colgaba en el pasillo, te dije que si, algo me acordaba. "Hay que endurecerse sin perder la ternura jamás" manifestaste. "Sigue siendo un arbusto, todavía es tán fragil y delicado como lo fue siempre" continuaste.
El recuerdo llega a su fin, es la madrugada de un martes y pienso en aquéllos tiempos. En todo lo que fue tu vida, en tu madurez, en la mía hoy. Quizás el camino que tomé es el correcto, pero no el mismo que hubiese tomado la niña del vestido blanco que jugaba a la rayuela en el pasillo de la vieja casa. Hoy me siento fuerte, y cada cosa que pasa la analizo con una escala moral muy rígida, pero ya no tengo noticias de la niña de las muñecas, la que cantaba canciones navideñas con vos en pleno agosto, la que soñaba con una casa-refugio entre sábanas y pasto, aquella que te amaba más que lo que el cielo puede amar a las estrellas. Endurecerse sin perder la ternura jamás. Tomo el consejo que te llevó a ser quién fuiste, y me hecho a caminar, en busca de la que fui, porque la necesito para ser quién seré.

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